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jueves, 1 de enero de 2009

Año 50, DF

Hoy se cumplen 50 años de lo que queda de la Revolución Cubana. O sea que es el año 50, DF (Después de Fidel). Para conmemorarla el Presidente de Venezuela, tan históricamente atinado como es su costumbre, la calificó solemnemente en un discurso como la "madre" de todos los movimientos libertadores de América Latina y "vanguardia de la dignidad de los pueblos" del continente.

O sea que para Chávez los esfuerzos de Simón Bolívar, José de San Martín, Miguel Hidalgo, Benito Juárez, José Martí, o Emiliano Zapata no sirvieron de nada. Lo más divertido del caso es que, acto seguido, colocó una ofrenda floral con la bandera cubana en la mismísima tumba del Libertador. El pobre se ha de haber revolcado en su tumba.

Lo cierto es que, hace 50 años, una revolución armada derrocó al régimen Dictatorial de Fulgencio Batista, de quien sabemos que era un gorila sanguinario al servicio de las Mafias norteamericanas. Nadie en su sano juicio podría defender a ese individuo y su régimen violento y autoritario que convirtió a Cuba en el Burdel de América.

En 1962, el presidente Kennedy impuso un embargo total a la Isla, y casi todos estamos de acuerdo también en que es una vergüenza que 47 años después éste embargo siga en vigor. Al grado que la ONU ha condenado casi unánimemente dicho embargo 15 veces. Mismas que ha vetado sistemáticamente el gobierno de los Estados Unidos.

Pero el nuevo régimen que pretendía liberar a Cuba ya cumplió 50 años en el poder, eternizado y sintiéndose con la autoridad moral de hacer lo que se le pegue la gana con la muletilla de la defensa contra un enemigo que los quiere matar de hambre. Aunque eso signifique represión, tortura, y violaciones sistemáticas a los derechos humanos de cualquiera que ose cuestionar cualquier cosa que tenga que ver con la Revolución.

Para mí, la Revolución Cubana es tan sólo una parodia de lo que pudo haber sido. Como la imagen de un Homero Simpson Revolucionario que ilustra esta nota. Me dan pena ajena, casi ternura, las ínfulas de grandeza que se da la gente de izquierda cuando hablan de la Sagrada Revolución Cubana. Casi tanta como la que siento cuando veo a algunos de los más rabiosos detractores de Fidel Castro hablar desde Miami de las glorias pasadas de Cuba, como si el gobierno de Batista fuera el paraíso perdido y Fidel Castro el mismísimo Satanás. Muchos de ellos ni siquiera conocieron ese régimen. Es más, muchos de ellos ni siquiera han puesto jamás un pie en Cuba.

Los defensores y detractores de la Revolución Cubana pintan artificialmente un mundo en blanco y negro, y muchos necios todavía creen que las únicas dos opciones de América Latina para prosperar son: o abrazar una dictadura de izquierda como el régimen Cubano, o caer en una dictadura militar de derecha al estilo Pinochet. Sin embargo, sospecho que cada vez habemos más personas que no creemos en esa falsa elección. ¿Por qué vamos a estar copiando errores y comprando conflictos ajenos? ¿Por qué voy a comulgar con formas de pensar que debieron haberse extinguido en los ochentas? No es que la única manera de avanzar sea atropellando los derechos de la gente. Lo que pasa es que es la manera más fácil. Y en latinoamérica así nos gustan las cosas: siempre agarramos el camino fácil y egoísta, aunque sepamos que está mal.

Creo que los Cubanos tienen todo el derecho de definir su propio futuro, sin que ningún gobierno extranjero les ande presionando para que hagan esto o lo otro. No importa si ese gobierno es el de Estados Unidos o el de México o el de Venezuela. Entre los pueblos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz. No necesito repetirles quién lo dijo.

No me gusta tener que tomar partido a favor o en contra de ese régimen injusto. No vivo ahí, y sólo puedo intuir lo que pasa con la mirada ignorante de un extranjero. Pero sé que es injusto lo que pasa en Cuba por donde quiera que se le vea: desde afuera, y desde adentro. Lo triste es que los que pagan los platos rotos son los Cubanos. Los de adentro. Los que nacieron en Cuba en los últimos 50 años. Los que nunca han podido escoger. Los que nunca han podido opinar. Los que a pesar de tener doctorados están muriéndose de hambre. Los que cada año deben volver a empezar de cero porque pierden todo en temporada de huracanes. Sólo me queda desear, por el bien de ellos, que esta celebración no se repita por muchos años más. Al menos, no en su formato actual. Creo que, tras 50 años de penurias, se merecen un presente y un futuro mejor. O al menos, la oportunidad de construirlo por sí mismos.

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