La mayoría de las personas están sobre el mundo, no en él - carecen de simpatías conscientes o relación con nada que no sean ellos mismos - heterogéneos, separados y rígidamente solos como canicas de piedra pulida, que a veces llegan a tocarse pero siempre están separadas entre sí.
Yo pensaba, probablemente al igual que mucha gente, que el principal precursor del movimiento ecologista moderno era Jacques Cousteau. Sin embargo, creo que he vivido muy equivocado. A principios del siglo XX, John Muir, un imigrante Escocés en California, se convirtió en un puente entre el naturalismo del siglo XIX y el conservacionismo del siglo XX. Naturalistas como Alexander Von Humboldt y Charles Darwin se limitaron a describir y clasificar la naturaleza. John Muir fue un paso más allá al reconocer que la destrucción indiscriminada de la naturaleza tarde o temprano tendría consecuencias, y oponerse decididamente a ello.
Más de 60 años antes de que el canto de las ballenas jorobadas despertara oficialmente la conciencia ecológica moderna, este señor ya intuía que la naturaleza tenía que preservarse, y logró convencer al presidente Theodore Roosevelt de la creación del Parque Nacional de Yosemite. Sin embargo, por más que trató de defenderlo, no pudo salvar al valle de Hetch Hetchy de ser inundado en 1913 en aras de la construcción de una represa de agua potable para la ciudad de San Francisco.
No sé ustedes, pero a mi me parece triste que, un siglo después, todavía necesitamos de más personas como John Muir para entrar en razón.
Más de 60 años antes de que el canto de las ballenas jorobadas despertara oficialmente la conciencia ecológica moderna, este señor ya intuía que la naturaleza tenía que preservarse, y logró convencer al presidente Theodore Roosevelt de la creación del Parque Nacional de Yosemite. Sin embargo, por más que trató de defenderlo, no pudo salvar al valle de Hetch Hetchy de ser inundado en 1913 en aras de la construcción de una represa de agua potable para la ciudad de San Francisco.
No sé ustedes, pero a mi me parece triste que, un siglo después, todavía necesitamos de más personas como John Muir para entrar en razón.
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