Hoy hace 10 años se acabó el mundo. O cuando menos, la esperanza de un mundo mejor que prometía el Nuevo Milenio.
En 2001, tras el desmoronamiento de la mayoría de los regímenes totalitarios del mundo (Buena parte de las Dictaduras Latinoamericanas, La URSS y su esfera de influencia, el Apartheid Sudafricano, etc.) la humanidad parecía ir por fin en camino a desterrar para siempre algunos de los horrores más grandes del Siglo XX. Los infames jinetes del Apocalipsis (el hambre, la peste, la guerra y la muerte) parecían estar perdiendo la batalla.
Pero llegó el 11 de Septiembre para restregrnos en la cara nuestra maldita tendencia a la violencia y la autodestrucción. Porque no sólo fue un atentado terrorista más contra Estados Unidos, sino un crimen contra la humanidad. Y empezó un nuevo periodo de obscuridad que parece lejos de terminar. A 10 años de distancia, parece que no hemos aprendido nada. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Nunca lo hemos hecho: ahí estan los libros de historia para demostrarlo. Estados Unidos, especialmente durante la administración Bush, respondió a esta masacre con peores crímenes contra la humanidad.
10 años después, el recuento arroja casi 3,000 civiles Americanos inocentes asesinados durante los atentados, alrededor de 10,000 civiles Afganos inocentes asesinados durante la Operación Libertad Duradera, y más de 110,000 civiles Iraquíes inocentes asesinados durante la Segunda Guerra del Golfo. La sangre de 123 mil inocentes que no le hacían mal a nadie, y un negocio de proporciones incalculables para la industria petrolera americana, inglesa y española: ése es el legado del 11 de Septiembre.
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