
La Piedra del Sol que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología e Historia, en la Ciudad de México, es el emblema del Glorioso Pasado Azteca que los mexicanos hemos comprado gracias a la historia oficial. Sin embargo, pocos se dan cuenta de que no tiene nariz, porque se la arrancaron jugando al tiro al blanco los soldados norteamericanos acantonados en el Zócalo de la Ciudad de México en 1848. ¿Por qué la mayoría no se da cuenta de que el Calendario Azteca no tiene nariz, aún teniendo la piedra enfrente? Porque el mexicano sólo ve lo que quiere ver. Tenemos serios problemas para percibir la realidad como es: somos una sociedad esquizofrénica.
Hoy sabemos que prácticamente todos los cuentos que nos han inculcado como nuestra historia en realidad son una gran mentira: ni nuestros héroes son tan heróicos, ni nuestras glorias son tan gloriosas, ni nuestros villanos son tan deleznables. En la práctica todo es una fábula, una cortina de humo para ver sólo lo que queremos ver, como la nariz inexistente del calendario azteca.
Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, Maximiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas... todos ellos tienen algo en común. En su momento histórico, y a su manera, todos ellos fueron caudillos. Algunos terminaron siendo los superhéroes y otros los archivillanos de la historieta que conocemos como México. Pero se han preguntado alguna vez ¿por qué los mexicanos tendemos a endiosar irracionalmente a nuestros caudillos - y después a lapidarlos?
Creo que la raíz está en la forma de ser del mexicano. Nos quejamos de todo... pero siempre esperamos que alguien venga a resolver nuestros problemas, ya sea Papá Gobierno o la Virgen de Guadalupe. O un caudillo. Por eso, cuando aparece uno, mágicamente desaparecen sus defectos. Mientras dura su aura, el caudillo es un mesías, un iluminado, un ser superior que conoce todas las respuestas. No se le ve como es, sino como se desea que sea. Hasta que un mal día nos damos cuenta de que es un ser humano más, como todos nosotros y entonces sí, el caudillo se convierte en un traidor.
Mientras sigamos negándonos a enfrentar la realidad y a entender que las respuestas están en nosotros mismos, estamos condenados a repetir el error de seguir ciegamente al caudillo en turno para después quejarnos amargamente porque "nos traicionó". Nos urge liberarnos de ese pesado lastre que venimos arrastrando desde hace siglos y tomar nuestro propio destino en nuestras manos. ¿Cómo hacerlo?
Para empezar, no podemos seguir dejando la responsabilidad de resolver nuestros problemas a los demás: Por ejemplo, si no estás de acuerdo con que te cobren peaje por circular en una calle ¿de quién es la culpa? ¿del gobierno que permite este tipo de negocios o de los usuarios que a pesar de estar en desacuerdo lo avalan comprando su tarjeta? En otros países la gente se organiza espontáneamente para defenderse contra los abusos y la explotación. Aquí simplemente refunfuñamos, pero jamás movemos un dedo para resolver los problemas por nosotros mismos esperando que alguien los resuelva por nosotros.
De lo anterior se desprende que también tenemos que dejar de ponernos el pie unos a otros. Colectivamente somos como cangrejos en una olla: cuando uno logra llegar hasta arriba, los demás lo vuelven a jalar hacia abajo. Esto se ve mucho en el mundo educativo y laboral, donde abundan los cretinos que están más ocupados en tratar de sabotear a los demás para que no destaquen que en tratar de brillar por méritos propios. El mexicano odia al que se desempeña mejor que él, porque lo hace ver mal. Pero si queremos sobrevivir como sociedad, tenemos que erradicar de una vez por todas a la envidia de nuestra vida.
Esto es ante todo un problema de educación. A un sistema social basado en la explotación, como el nuestro, no le conviene una población educada y pensante. Para los políticos la población mexicana siempre ha sido un ente sin criterio ni voluntad propia y por lo tanto fácilmente manipulable al que llaman "el pueblo". Tenemos que dejar de depender la agenda oficial y hacernos cargo de nuestra propia educación, y eso significa romper con las trabas mentales que nos han inculcado. De entrada, recurriendo a una actividad que la escuela primaria nos enseñó falsamente a odiar: la lectura. En segundo lugar, tenemos que dejar de confiarnos tan sólo en la educación que reciben nuestros niños en la escuela: es imperativo hacernos cargo de su educación, asegurándonos de que en la escuela realmente están adquiriendo conocimientos y no sólo malas mañas.
En fin, los caudillos nunca han sido la panacea, ni la solución de nuestros problemas: sólo han servido para mantener a México en la miseria y la ignorancia. Si a pesar de saber esto estás empeñado en seguir ciegamente a otro caudillo, estás en tu derecho. Nada más que cuando llegue el inevitable momento de la lapidación y te sientas defraudado... no te tires al drama ni digas que no sabías que eso iba a pasar.
Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, Maximiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Pancho Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas... todos ellos tienen algo en común. En su momento histórico, y a su manera, todos ellos fueron caudillos. Algunos terminaron siendo los superhéroes y otros los archivillanos de la historieta que conocemos como México. Pero se han preguntado alguna vez ¿por qué los mexicanos tendemos a endiosar irracionalmente a nuestros caudillos - y después a lapidarlos?
Creo que la raíz está en la forma de ser del mexicano. Nos quejamos de todo... pero siempre esperamos que alguien venga a resolver nuestros problemas, ya sea Papá Gobierno o la Virgen de Guadalupe. O un caudillo. Por eso, cuando aparece uno, mágicamente desaparecen sus defectos. Mientras dura su aura, el caudillo es un mesías, un iluminado, un ser superior que conoce todas las respuestas. No se le ve como es, sino como se desea que sea. Hasta que un mal día nos damos cuenta de que es un ser humano más, como todos nosotros y entonces sí, el caudillo se convierte en un traidor.
Mientras sigamos negándonos a enfrentar la realidad y a entender que las respuestas están en nosotros mismos, estamos condenados a repetir el error de seguir ciegamente al caudillo en turno para después quejarnos amargamente porque "nos traicionó". Nos urge liberarnos de ese pesado lastre que venimos arrastrando desde hace siglos y tomar nuestro propio destino en nuestras manos. ¿Cómo hacerlo?
Para empezar, no podemos seguir dejando la responsabilidad de resolver nuestros problemas a los demás: Por ejemplo, si no estás de acuerdo con que te cobren peaje por circular en una calle ¿de quién es la culpa? ¿del gobierno que permite este tipo de negocios o de los usuarios que a pesar de estar en desacuerdo lo avalan comprando su tarjeta? En otros países la gente se organiza espontáneamente para defenderse contra los abusos y la explotación. Aquí simplemente refunfuñamos, pero jamás movemos un dedo para resolver los problemas por nosotros mismos esperando que alguien los resuelva por nosotros.
De lo anterior se desprende que también tenemos que dejar de ponernos el pie unos a otros. Colectivamente somos como cangrejos en una olla: cuando uno logra llegar hasta arriba, los demás lo vuelven a jalar hacia abajo. Esto se ve mucho en el mundo educativo y laboral, donde abundan los cretinos que están más ocupados en tratar de sabotear a los demás para que no destaquen que en tratar de brillar por méritos propios. El mexicano odia al que se desempeña mejor que él, porque lo hace ver mal. Pero si queremos sobrevivir como sociedad, tenemos que erradicar de una vez por todas a la envidia de nuestra vida.
Esto es ante todo un problema de educación. A un sistema social basado en la explotación, como el nuestro, no le conviene una población educada y pensante. Para los políticos la población mexicana siempre ha sido un ente sin criterio ni voluntad propia y por lo tanto fácilmente manipulable al que llaman "el pueblo". Tenemos que dejar de depender la agenda oficial y hacernos cargo de nuestra propia educación, y eso significa romper con las trabas mentales que nos han inculcado. De entrada, recurriendo a una actividad que la escuela primaria nos enseñó falsamente a odiar: la lectura. En segundo lugar, tenemos que dejar de confiarnos tan sólo en la educación que reciben nuestros niños en la escuela: es imperativo hacernos cargo de su educación, asegurándonos de que en la escuela realmente están adquiriendo conocimientos y no sólo malas mañas.
En fin, los caudillos nunca han sido la panacea, ni la solución de nuestros problemas: sólo han servido para mantener a México en la miseria y la ignorancia. Si a pesar de saber esto estás empeñado en seguir ciegamente a otro caudillo, estás en tu derecho. Nada más que cuando llegue el inevitable momento de la lapidación y te sientas defraudado... no te tires al drama ni digas que no sabías que eso iba a pasar.
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