

Así fue la Bola: Bajo el lema de "Sufragio Efectivo, no reelección" (el cual se fusiló del mismo señor que pretendía derrocar) Madero inició una revuelta que logró mandar al exilio a Don Porfirio en apenas 6 meses. Desde un principio, Pancho Villa, Pascual Orozco y Emiliano Zapata acaudillaron la lucha Maderista contra Porfirio Díaz. Pero apenas 6 meses después del exilio, Emiliano Zapata se alzaba nuevamente en armas contra Madero argumentando que había traicionado la revolución y sólo buscaba su beneficio personal. Pascual Orozco se alzó también en armas siguiendo a Zapata en contra de Madero, y fue derrotado por Victoriano Huerta. Entonces Orozco traicionó a Zapata y apoyó el golpe de Estado de Huerta contra Madero.
Orozco fue enviado a combatir a Pancho Villa, quien junto con Álvaro Obregón y Pablo González se había alzado en armas contra Huerta siguiendo la convocatoria de Venustiano Carranza, Gobernador de Coahuila ahora autodenominado "Primer Jefe". Pancho Villa derrotó a Orozco en Ojinaga y desoyendo las órdenes de Carranza tomó la ciudad de Zacatecas. En vista de ésto, Carranza envió a Álvaro Obregón a destituir a Pancho Villa. En lugar de rendirse, Pancho Villa estuvo a punto de fusilar a Obregón, aunque finalmente lo dejó vivir. Villa entonces fue saboteado por Carranza cortándole suministros para que no pudiera llegar a la Ciudad de México. Aunque finalmente Huerta huyó al exilio en Estados Unidos, Pancho Villa quedó muy resentido con Carranza. Por ese motivo, junto con Emiliano Zapata desconoció a Carranza en la convención de Aguascalientes que el mismo Primer Jefe había convocado pensando en legitimarse. Carranza entonces desconoció la convención, se fue a Veracruz, reorganizó sus fuerzas y giró instrucciones.
Pancho Villa fue derrotado en el bajío por Álvaro Obregón, debiendo replegarse a Chihuahua. Villa invadió entonces Columbus, Nuevo México, en represalia por el apoyo de Estados Unidos a Carranza, provocando una invasión infructuosa de 10,000 efectivos americanos en Chihuahua que duró 11 meses. Por su parte, por órdenes de Carranza, Pablo González combatió al ejército Zapatista con poco éxito hasta que logró organizar una emboscada para matar a Emiliano Zapata en Chinameca, descabezando así a su ejército. Pero cuando Carranza quiso imponer como presidente a Ignacio Bonillas, Obregón se levantó en armas junto con Adolfo de la Huerta, Pablo González y Plutarco Elías Calles, y domo resultado Carranza acabó siendo asesinado mientras dormía en un jacal en Tlaxcalaltongo, Puebla.
De la Huerta logró convencer a Villa de que dejara las armas y se retirara, pero por miedo a que algún día decidiera volver a levantarse en armas también Villa terminaría siendo emboscado y asesinado en Parral por órdenes de Calles y con la venia de Obregón. Obregón sería asesinado a su vez al intentar reelegirse (por José de León Toral, un asesino solitario, pero se sigue sospechando que todo fue planeado por Calles) y Calles a su vez acabaría siendo enviado al exilio por Lázaro Cárdenas, Presidente que el mismo Calles había impuesto pensando que era un pelele pero que le saldría muy respondón.

Lo que los libros generalmente no mencionan más que como anécdotas son los mexicanos que murieron inútilmente para satisfacer los egos de todos estos caudillos revolucionarios. Las guerras no las hacen los generales, sino los que pelean en ellas. Durante el primer año, la gente se unía espontáneamente a la revuelta maderista, pero después ya nada estaba tan claro. Los que un día eran los buenos, mañana eran los malos. La mayoría de los bandos tenían que hacer levas... iban "liberando" a los peones que antes eran explotados en las minas y haciendas para seguir explotándolos pero como carne de cañón en nombre de la "revolución". En muchos casos, los que combatían en un bando al día siguiente combatían en el bando contrario, y así seguían brincando de bando de acuerdo a como iban viendo quién iba ganando.
No se sabe cuántos muertos dejó la Revolución Mexicana. Ni siquiera se sabe exactamente cuántos habitantes tenía México en 1910, porque en las rancherías y en el campo había mucha gente que ni siquiera tenía acta de nacimiento. Es más, ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo sobre cuándo acabó la Revolución Mexicana... ¿Fue cuando Pancho Villa dejó las armas? ¿Fue cuando mataron a Carranza? ¿Cuando mataron a Obregón? ¿Cuando Calles fundó lo que hoy conocemos como PRI? A pesar de esta falta de precisión temporal, la historia oficial dice que murieron un millón, pero no dicen de cuándo a cuándo, ni si se incluyen o no a las víctimas de la guerra Cristera, a las de la Gripe Española (hoy le decimos Influenza tipo A-H1N1), a las de desnutrición y a las de otras enfermedades infecciosas. Pero cuantos hayan sido, una cosa es segura: murieron en vano. La Revolución Mexicana es, por mucho, el fracaso más grande de nuestra historia.
La Revolución Mexicana no sólo no resolvió los problemas que la originaron, sino que a la larga los hizo más grandes. Sumió al país en la miseria, destruyó las vías de comunicación, paralizó las actividades productivas, y traicionó todo tipo de ideales dejando el país en manos de una horda de delincuentes llamados "la gran familia revolucionaria" que mantuvieron al grueso de la población en la ignorancia y el subdesarrollo durante décadas. Con el tiempo, la alternancia llegó y con ella la familia se fragmentó. Los que conservaron el poder se visten como gente decente y se dan baños de pureza, como lo hacía la corte Porfiriana. Los que cayeron en desgracia, o andan intentando arrebatar el poder a toda costa, aún de sus principios, o se están combatiendo entre ellos, o están siendo combatidos por las armas con la etiqueta de "crimen organizado". Como si el crimen organizado y el poder político en este país no fueran desde siempre la misma cosa.
Cien años después de aquella Revolución, el país está inmerso nuevamente en una espiral de violencia que no parece tener fin, y por ello el país está en un riesgo inminente de caer en una nueva tiranía a cambio de paz. Mano dura, exigen varios. Pero sería una paz así sería vergonzosa para el pueblo mexicano, porque no tendría por base el derecho, sino la fuerza; porque no tendría por objeto el engrandecimiento y prosperidad de la Patria, sino enriquecer un pequeño grupo que, abusando de su influencia, ha convertido los puestos públicos en fuente de beneficios exclusivamente personales, explotando sin escrúpulos las concesiones y contratos lucrativos.
A cien años de la Revolución, el pueblo mexicano sigue sin entender lo que es una democracia, sigue sediento de libertad, y sus actuales gobernantes siguen sin responder a sus aspiraciones. Cien años después de la Revolución, seguimos haciéndole caso a los mismos lidercillos mediocres que nos repiten las mismas mentiras que nuestros caudillos nos han repetido siempre. Nos roban impunemente, dejan lo que tocan hecho un desmadre y ahora hasta tienen el cinismo de sacar comerciales en televisión para darnos las gracias y amenazarnos con que nos veremos pronto. Vamos, alguno ya hasta se aventó la puntada de prometernos una República Amorosa. Sólo él sabe lo que eso signifique.
El fracaso de la Revolución Mexicana tiene una moraleja. No podemos seguir esperando a que llegue un mesías tropical ni confiando en que un caudillo va a resolver mágicamente todos nuestros problemas, como Quetzalcóatl, porque eso no va a pasar. Y mucho menos si traen cananas. Este país está pidiendo a gritos una revolución desde su fundación, pero no una revolución armada, sino una revolución cultural. Hay que erradicar la ignorancia de este país enseñándole a la gente a expresar sus opiniones y a aceptar que los demás pueden tener opiniones diferentes tan válidas como las de ellos. Hay que enseñarles a regir su vida con principios y enseñarles que estos se deben aplicar aún y cuando creas que nadie te está viendo. Hay que enseñarles a desconfiar del dinero fácil y hacerles ver que el cáncer del narco es una trampa de la que es imposible salir: sin importar de qué lado de la cadena estés te convertirá en esclavo de alguien, y te acabará matando. Hay que enseñarle a la gente que ponerse de acuerdo no tiene nada de vergonzoso. Que los principios no se negocian, pero que para poder construir hay que enfocarse en las coincidencias y no en las diferencias. Que los gobernantes no son nuestros patrones ni nuestros benefactores: son nuestros representantes, y como tales deben velar por nuestros intereses, aún por encima de los de ellos. Y la forma de exigírselos no es cerrando el periférico o agarrando un fusil y subirse a la sierra, sino ejerciendo en primer lugar el poder que nos da el voto: El día que todos entendamos esto, ese día tendremos realmente una democracia. Mientras tanto, seguiremos condenados a la miseria y a ser traicionados indefinidamente por nuestros propios caudillos.