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lunes, 28 de junio de 2010

Pa' su mecha

Hace tiempo que no escribo en este blog, pero dados los acontecimientos recientes en el país, considero necesario hacerlo, porque ha llegado el momento de platicarles lo que mi abuela le dijo a mi padre la noche del 2 de octubre de 1968. El que tenga oidos para oir, que entienda... el que no, de todas formas no merecía entender.

El 2 de octubre de 1968, mi padre se encontraba en Tlatelolco por razones personales completamente ajenas al movimiento estudiantil. Pero puesto que ya estaba ahí, y siempre le ha gustado el mitote, se dio una vuelta para ver qué estaba ocurriendo. Estuvo un rato siguiendo la arraigada tradición mexicana de hacer bola y a las 6:10 PM, cuando iba saliendo de la plaza le tocó ver la infame bengala que marcó el inicio de la entrada del ejército en la Plaza de las Tres Culturas. Inmediatamente después vio fue un grupo de soldados correr en formación por el pasillo hacia él, y uno de ellos lo arrojó contra la pared, lo encañonó en la cabeza y le dijo ¿a dónde crees que vas?

Los otros soldados dijeron ¡déjalo, déjalo, lo cabrón es allá adentro! Y sin decir más el soldado dio media vuelta y siguió corriendo hacia la plaza. Pocos instantes después, mientras corría como alma que lleva el diablo, le tocó escuchar el inicio de la pesadilla que todos conocemos -y vivir para contarlo.

Cuando llegó a su casa se juntó con unos amigos en la cocina y ahí se pusieron a discutir sobre lo que estaba pasando. ¡Es increíble! ¡En el radio no dijeron nada! En la tele tampoco... lo poco que se sabe es que el ejército reprimió a unos agitadores y la gente hasta les está aplaudiendo. ¡Carajo, no puede ser! ¡Esto no puede quedarse así! La gente tiene que darse cuenta... tiene que alzarse en armas... ¡hacer la revolución! ¡Eso, sólo una revolución va a poder tirar a este pinche gobierno, no se puede seguir así! ¡asesinos!

En ese momento, el inesperado escándalo de un plato al estrellarse contra el piso los dejó mudos. Voltearon y ahí estaba mi abuela (quien para aquel entonces tendría unos 60 años), con lágrimas en los ojos y con la cara roja de indignación y de coraje. Muchachitos pendejos... ¿qué saben ustedes de revoluciones? ¿Quieren saber qué es una revolución? Yo les voy a decir lo que es una revolución: ¡Revolución es que maten a tus padres, a tus tíos, y a tus hermanos! ¡Que violen a tu madre y a tus hermanas! ¡Es ver ahorcados en todos los postes de luz y en los árboles de todas las plazas! ¡Es ver cómo te arrebatan lo poco que tienes y acostarte con el miedo de que tal vez jamás despiertes! ¡Es olor a muerte y pólvora! ¡Es hambre y destrucción! ¡Eso es una pinche revolución! ¿Eso es lo que quieren? Díganlo de una buena vez, porque yo no pienso volver a pasar otra vez por todo aquello. No pienso quedarme aquí a ver cómo los matan por nada. ¿Eso es lo que quieren? Y ya no pudo decir más porque no la dejaron las lágrimas. Sobra decir que mi papá jamás volvio a hablar de la misma pendejada.

Estamos en un año crucial en la historia de nuestro país. En nuestras manos está evitar que en cien años conmemoren el centenario de una tercera guerra civil de 30 años de duración. ¿Cómo hacerlo, si a estas alturas parece prácticamente inevitable? Ciertamente, se necesita mucho más que buenas intenciones. Pero se puede. Luego les digo cómo, pero probablemente a muchos no les va a gustar.