
Esto es significativo, porque en realidad el Acta de Independencia de México se firmó hasta el 27 de septiembre de 1821. ¿Por qué no festejamos entonces esa fecha? ¡Qué pregunta! Porque la consumó Agustín de Iturbide, el primer villano oficial de nuestra historia por haber tenido la osadía de proclamarse Emperador. Además, la independencia de México en la práctica fue poco más que un cuartelazo en el que Iturbide le prometió a cada sector de la sociedad novohispana lo que quería escuchar, incluyendo al clero y a los peninsulares residentes en el recién creado país. Así es que en realidad aquí no conmemoramos la Independencia, sino el inicio de una guerra fraticida que ni siquiera llegó a buen término. En el fondo, no celebramos lo que fue, sino lo que pudo haber sido.
Este rasgo aparentemente insignificante habla mucho, y nada bien, de nosotros los mexicanos. Es un comportamiento adquirido que venimos arrastrando desde la época de los aztecas: somos ruines, egocéntricos y envidiosos. Nos mostramos una y otra vez incapaces de aceptar nuestros errores y de reconocer los triunfos de otros. Por eso construimos buena parte nuestra historia sobre premisas falsas.
Algunos ejemplos: La lucha Insurgente no tuvo nada de heróica; el cura de Dolores encabezó una carnicería tan sangrienta que hoy sería juzgado por crímenes contra la humanidad. El pípila no existió, y la toma de la alhóndiga debería ser motivo de vergüenza histórica: prácticamente no había soldados ni armas dentro de ella, sino ancianos, mujeres y niños tratando de guarecerse que fueron pasados a cuchillo formando un río de sangre que bajaba por las escaleras. Don Guadalupe Victoria no fue nuestro primer Presidente: en realidad, el primer presidente de México fue un interino Español llamado Pedro Celestino Negrete. Además, Don Guadalupe Victoria estaba loco: no sólo se cambió el nombre tras tomar Jalatlaco en Oaxaca: cuando fue apresado Hidalgo se negó a indultarse y se fue a la selva de Veracruz, donde vivió errante como animal salvaje durante 30 meses. En cuanto a Iturbide, un hecho que la historia oficial tiene mucho cuidado de no relatar es que al final de su vida prefirió regresar a México del exilio, a sabiendas de que sería capturado y fusilado, porque prefería morir en la patria que había fundado. Santa Anna fue un hijoeputa que se sentó 11 veces en la silla presidencial. La historia oficial no dice que las 11 veces fue recibido como héroe a su entrada a la Capital, con desfiles y muestras "espontáneas" de afecto, lo que habla muy mal del pueblo mexicano: la culpa no fue del Caudillo, sino del pueblo que lo aceptó como Presidente.
Así podemos seguirnos analizando los 200 años de mentiras y exageraciones que nos han vendido como "nuestra historia". Y ni siquiera la cuestionamos. Dicen que los pueblos tienen el gobierno que se merecen. Al menos, en el caso mexicano, ésto es muy cierto: colectivamente nos comportamos como niños de preescolar... y por eso se nos trata como tales.
Mientras no despertemos y nos demos cuenta de que el país es de todos, incluyendo a los que piensan diferente a nosotros, vamos a seguir hundiéndonos como país. No hay que olvidar que de los 200 años que han pasado desde el grito de dolores, alrededor de 130 los dedicamos a matarnos entre nosotros. Y en la práctica así sigue siendo, real o simbólicamente.
Hagamos por un momento a un lado el baño de sangre que vemos diariamente en las noticias. ¿Cuántas veces no viste en la escuela, en el trabajo o en la calle que abusaban de alguien y no hiciste nada para impedirlo? ¿Cuántas veces te has negado a ayudar a alguien o hasta le has puesto el pie con tal de evitar "que otro se cuelgue la medalla" - como en el Kinder? ¿Cuántas veces has dicho de dientes para afuera que odias la discriminación, pero cuando te enojas te has referido a alguien como "pinche viej@, nac@, gord@, indi@, put@, gat@, etc."? ¿Cuándo has visto a un solo político de esos que ponen el grito en el cielo por una ley racista en otro país proponer una solución realista para que los salarios y la calidad de vida a ambos lados de la frontera sea comparable y así nadie se vea obligado a abandonar su tierra por falta de oportunidades? Y tú, ¿cuántas veces le has exigido a tu diputado que se ponga a trabajar en eso en lugar de andar perdiendo el tiempo secuestrando la tribuna, robándose los tinteros, criticando en tribuna el peinado de Peña Nieto o creando comisiones tan inútiles como averiguar si López Obrador dijo o no "Carlos Santana"?
Ojalá que la conmemoración del Bicentenario del Grito de Dolores y del Centenario del Plan de San Luis, nos sirva para hacer un ejercicio de prospectiva, comparando objetivamente el país que tenemos hoy y el país en que queremos que vivan nuestros bisnietos. Y con base en esa visión, retomemos el control de lo que pasa en nuestro país. A estas alturas ya no importa quién tuvo la culpa de que estemos al borde del barranco. Buscar culpables no va a cambiar en nada nuestra situación actual. Finalmente, si queremos que este país cambie tenemos que empezar a cambiar también nosotros mismos: Ninguna ley va a lograrlo por nosotros.
No te engañes, el Presidente de la República no va a ir personalmente a tu calle a tapar ese bache que lleva ahí décadas ni aunque cierres el periférico, y si el municipio o delegación no lo hace ¿por qué no te organizas con tus vecinos para arreglarlo? Si te para una patrulla de tránsito, ¿por qué no pides de entrada tu multa en lugar de ofrecer una mordida? Si crees que el nivel escolar del colegio de tus hijos es pésimo ¿por qué no, en lugar de echarle la culpa a Elba Esther y cruzarte de brazos, complementas su educación en casa sentándote a leer con ellos? Tenemos que cambiar, pero el cambio tiene que ser de fondo. La buena noticia es que no es tan difícil: un paso a la vez, es todo lo que se necesita. Nomás es cosa de querer.